Tomo I Monterrey

Octubre 15 1887. Número 3.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

La mujer

NN.

Que animada del sentimiento de su propia dignidad, llega a comprender todos sus deberes sociales y sabe cumplirlos sin jactancia en los casos que ocurran, es un precioso tesoro para el hombre que en el camino de la vida la encuentra y la toma por compañera; rico diamante perfectamente pulido, cuyos destellos iluminarán el alma del hombre, como una antorcha divina de esperanza y de consuelo; flor delicada cuyo perfume suave inundará el corazón de su amante de inefable y celestial ventura: su casa será la mansión de la tranquilidad y de la alegría, el regazo de las complacencias y de la virtud a adonde no podrá llegar la calumnia ni la maledicencia de los ociosos; ella será lo que verdaderamente debe ser la mujer “el encanto y poesía del hombre, al par que la base fundamental de las naciones. La mujer, dice el abate Constant, “es la palabra de consuelo y porvenir visible para nosotros a fin de que tengamos el valor de vivir.” “Nosotros que amamos y vivimos bendecimos a Dios y felicitamos a la mujer que nos ha dado la vida, porque ella es dos veces nuestra madre, puesto que al darnos el amor nos da una segunda vida, pero una vida divina.”

Y si todas las jóvenes se instruyeran y observaran la vida virtuosa y tierna que se ha dicho, ¿tendría algunos hombres justicia para dirigir sus severos anatemas contra unos seres tan dignos por mil títulos de respeto y de su amor? ¿Podrán echar en cara a la mujer su perdición y su desgracia? No; sino al contrario, la mujer, como reina de la naturaleza, levantaría su frente rodeada de una aureola de virtud y marcaría el hasta aquí a los desórdenes y a la audacia de cierta clase de hombres. 

Dios en los decretos de su divina sabiduría, ha dispuesto que no todas las criaturas posean el mismo grado de inteligencia ni la misma fuerza de voluntad; pero es innegable que todas tienen un alma y una chispa de esa luz divina que el Creador difunde sobre sus hijos desde el momento de la concepción, luz que algunos escritores llaman razón natural, y que es el distintivo más importante entre el hombre y los demás seres creados por Dios. Nadie puede comprender desde niño si su inteligencia es más o menos apta para el estudio, y por consiguiente, no debe una joven arredrarse de trabajar en adquirir una regular instrucción,  porque ella misma se considere incapaz, o lo que vulgarmente se llama tonta; nadie puede ser juez de sí mismo, y además es un principio reconocido que la naturaleza se perfeccione con el arte; y si en efecto una persona se estima como poco a propósito para el estudio, por creer que sus potencias intelectuales no la ayudan para tal empresa, esta persona está más interesada que cualquier otra de ingenio a dedicarse al estudio de los ramos propios de su sexo, para proporcionarse con éste estudio el conocimiento de las cosas, que su poca inteligencia no le permite comprender a primera vista. Cultivad una flor silvestre con el esmero y cuidado que recomienda el arte, y la veréis renacer tan hermosa y lozana como las flores más delicadas de un jardín y si la presentáis juntas a una persona de gusto no podrá distinguir cuál de las flores fue hija de las selvas y cuáles abrieron sus primeros pétalos en los elegantes sembrados del jardín.

Es verdad que en el cáliz de las flores no se encuentra un mismo grado de aroma, porque este es un don con que la naturaleza enriqueció a sus predilectas; pero también es cierto que la finura de sus hojas y las gracias de sus tallos, se las proporciona el arte dirigido por una mano inteligente.

Más si la joven ha sido dotada por la Providencia de una inteligencia clara y privilegiada, si su razón se adelanta a su edad, entonces no debe desperdiciar esta dicha que ha recibido del cielo, sino al contrario, ella debe dedicarse a cultivar tan preciosas dotes para que todas sus acciones y pensamientos sean puros y gratos a los ojos de Dios y de sus semejantes. “La Tierra, dice Santa Teresa1, que no es, labrada, llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil, así el entendimiento del hombre”. 

  1. Santa Teresa ↩︎