Tomo I
Monterrey
Quincenal de literatura, social moral y de variedades
Dedicado a las familias.
Una Azucena
Octubre 15 1887 | Número 3
Teresa
Flor divina, que abres siempre
En la noche solitaria,
Vaporosa cual bruma
Que ostenta en su cima el Ávila
Nívea copa que en las sombras
Tan rico perfume guardas,
Quizá te forma la espuma
Que el mar olvida en la playa;
O tal vez la brisa errante
Inquieta y enamorada,
Para formarte, sus plumas
A la gaviota arrebata.
Dime, flor ¿por qué no esperas
La luz risueña del alma,
Que cubre el campo de flores
y de rocío las palmas?
¿Porqué no esperas que acudan
A ver tus hermosas galas,
Con las aves bulliciosas
Las mariposas plateadas?
Ellas volarán al punto
Desde las verdes montañas,
Por ti olvidando en su vuelo
Otras flores perfumadas;
Y como encierran tu cáliz
Miel tan olorosa y blanca,
Vendrán también las abejas
De las campiñas lejanas.
¡Ay flor mía, no te ocultes
De la luna triste y pálida,
Ya tu cáliz no colma
Con su aljófar la mañana!
Y mientras la aurora llega,
Mientras tu belleza pasa,
Fugaz como la sonrisa
De la venturosa infancia,
Deja que mis labios besen
Tu corona embalsamada,
Aunque descienden furtivas
Hasta tu cáliz mis lagrimas

