Tomo I Monterrey

Noviembre 1 1887. Número 4.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

2 de noviembre

Ercilia García

Tristes ideas a mi mente en este día consagrado a los seres que moran en lo desconocido; en esas regiones a donde sólo el alma puede penetrar, traspasando los umbrales de lo infinito para descubrir lo que existe más allá de la vida terrenal.

Los seres queridos del alma, al dejarnos para siempre, irán tal vez a habitar ese mundo ignorado que nuestra fe nos manifiesta, y en el cual terminan las penalidades sin cuento que al pasar por este yermo valle de amarguras nos agobian.

La mente se pierde en el caos tenebroso de la duda, y se afana en vano por aclarar ese misterio impenetrable en que se envuelve el más allá de la humanidad, que busca inútilmente la solución del divino problema en el gran Libro de los Destinos del mundo, cuya lectura, solo es comprendida por la Suma Sabiduría de la Providencia.

En las luchas más terribles de la existencia; cuando el corazón se siente oprimido por el infortunio, cuando el mundo nos muestra despiadado su sala y su crueldad desgarradoras, viene en nuestro auxilio la idea consoladora que prono quizá el alma, desprendiéndose del barro que la aprisiona, se elevará a la mansión de la luz que por intuición conoce, a recibir allá el premio a que se haya hecho acreedora por sus sufrimientos del mundo.

Cuando pienso en el terrible Dios de la Muerte y mi mente se halla abrumada por los sombríos pensamientos que su presencia en el mundo le sugiere, me transporto sin poderlo evitar a aquellos bosques antiguos y tradicionales, donde los druidas celebraran las misteriosas ceremonias de su religión, esperando tranquilos que sonara el reloj de la hora bendita del reposo eterno.

…..

¡La muerte! Fantasma aterrador que con su temible segur siembra el luto y la desolación en el mundo, tronchando el hilo finísimo de la vida y marchitando para siempre la bella flor de la ilusión que fragante y pudorosa entreabre su corola en el jardín del alma para embalsamar con su perfume delicado el santuario del corazón.

¡La muerte! Ángel implacable de exterminio, que lanza en el dolor más profundo a los padres, a los hijos y a todos los seres del humano libertinaje, cuando unos y otros descienden al helado y tenebroso sepulcro, dejando lacerado el corazón de los que se quedan con sus terribles y funestos golpes.

¡Pero es necesario! Es preciso sucumbir a las leyes estrictas de la Providencia…

La muerte acaba con las distinciones mundanas; a su presencia el orgullo humano desaparece y ocupa su lugar la verdadera igualdad.

El poderoso, lo mismo que el débil, el potentado que el mendigo, tienen que volver al seno de la madre común, y allí todos son unos, todos son iguales. Dios sin duda lo dispuso así para demostrar a los míseros mortales lo ridículo de la vanidad que en el mundo se ostenta; lo indigno de la indiferencia con que se ve a los semejantes cuando la fortuna sonríe a unos y los colma de favores, desheredando a otros; constituyendo el dinero, de ese modo, un balladar inexpugnable que no permite a los desheredados de la fortuna alternar con las demás clases sociales.

Mas, todo termina en el augusto recinto de los muertos…