Tomo I Monterrey
Noviembre 1 1887. Número 4.
Quincenal de literatura, social moral y de variedades
Dedicado a las familias.
La mansión de los muertos
NN.
¡Todo es triste y lúgubre en la mansión de los muertos!¡ El corazón se oprime al contemplar el sombrío reino de la muerte!…
Aquí, reposan las cenizas de un ser querido, allí, las de un amigo con quien nos estrechaban lazos de verdadera amistad; allá, los restos de un esclarecido campeón que con su indomable valor venció en cien combates; acullá, la losa de un hijo de Apolo de un artista o de un genio que asombró mundo con los acordes de su lira, con sus mágicos pinceles, con las sonaras notas arrancadas de su divino instrumento, o con su erudita y profunda sabiduría, cuando no con sus evangélicas y filosóficas conversaciones en el interior del templo de Dios, arrancando con ellas raudales de lágrimas purísimas a los fieles oyentes.
La soledad que reina en aquel tétrico recinto da pavor, a pesar de encontrarse allí reunidos, aunque inanimados, tanto seres queridos con quienes nos unieron vínculos estrechos en íntimo cariño cuando vivían entre nosotros… ¡Ay! Pero al considerar que ya sólo existen los restos de la prosaica materia, se aflige el espíritu y nos recuerda la triste condición a que está sujeta la humanidad.
Por esto hay gentes de suyo tímidas de jamás visitan la mansión de los muertos: las amedrenta el estar en medio de tantas sombrías sepulturas, y les sugiere a la mente mil tétricas ideas; solo los que están dotados de un alma fuerte, visitan con frecuencia los restos de sus semejantes: también los que no toman a lo serio los infundados temores que inspiran los muertos, visitan los panteones, si no con el alma llena de gozo, al menos por una costumbre, el día de finados, a depositar una ofrenda o un recuerda a los que dejaron de ser.
…
Las lágrimas se vierten en aquel recinto poblado de tumbas y de cruces; en aquel lugar destinado al descanso eterno, el día señalado por el catolicismo para conmemorar a los que fueron. No se celebra allí las hazañas mundanales, sino únicamente se recuerda con el corazón apenado, aunque en medio del bullicio de los vivos, a aquellos seres que más amamos en la vida y que por ley ineludible de la Providencia dejaron este valle de amargura para trasportarse a lo inconmensurable.
Los que nos quedamos, los que esperamos aún la hora señalada para la eterna partida, vamos a las tumbas de los que se fueron a depositar en ellas, con lágrimas del corazón la más exquisita flor de nuestros sentimientos.

