Tomo I Monterrey

Diciembre 1 1887. Número 6.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Fantasía

A SOFÍA REYES

María Garza González

Me hallaba una noche en el insomnio más desesperante; mil pensamientos se agrupaban en mi imaginación y después, como un torrente, pasaban sin poderse detener ninguno. Al fin sentí que el suelo dulcemente vino a posar su débil mano sobre mis párpados y me sentí de improviso transportada a una región desconocida. Oís una voz suave y misteriosa que me dijo: -“Sígueme” -volví los ojos y vi una sombra de túnica blanca, que parecía deslizarse por callejuelas de jazmines y azucenas; el velo que la cubría era dorado, su rostro halagüeño y su boca sonriente me llamaba. Yo vacilaba. “Sígueme-repitió=soy tu ilusión”.-Yo la seguí con avidez.

Me condujo por un lugar amenísimo, hasta llegar a una fuente cuyas aguas al caer levantaban altísimas columnas de vapor; era una nube de menudas perlas que se deshacía en lluvia donde se reflejaban los colores del iris: por las grietas de las encumbradas rocas surgían mil y mil finísimos hilos de blanca argentería que bajaban a besar las aguas y confundirse en la corriente.

La tierra estaba tapizada de verde césped destacándose los flexibles tallos del lirio, mecidos por el impulso del viento, e infinidad de arbustos entrelazaban con la enredadera y la madreselva, cuyas flores perfumaban los blandos céfiros.

Vagaba por esta mansión deliciosa cuando me salió al encuentro un niño lleno de gracia, con su rostro encantador, cubierto por esa candidez que imprime la inocencia en la primera edad; pero al mismo tiempo se desprendía de sus ojos, algo de bello, conmovedor y siniestro que había retroceder. Era el Amor tal, cual nos lo pintan los poetas de la antigüedad,

Agitaba sus alitas y parecía que volaba alrededor de mí; reíase de mi aturdimiento, y aquella sonrisa me desgarraba el alma.

Flora desprendía todo su esplendor. Tres sílfides graciosamente vestidas con túnicas, jugaban en el jardín: rodeaban sus delgadas cinturas anchas listones celeste y color de rosa, formando lazo cuyas extremidades colgaban hasta el borde inferior del vestido: sus negras y rizadas cabelleras echadas hacia atrás; sus suenes adornaban una muy graciosas guirnaldas tejidas de las más exquisitas flores. Arrojábanse ramilletes, reían, cantaban, se cogían de las manos y corrían y bailaban… todo eran gracia belleza, y ternura.

Allí la Hermosura en su carro de triunfo recorría la floresta, yo sorprendida con tan deslumbrante belleza me quedé absorta contemplando tanta maravilla, hasta que me sacó de aquel estupor el bullicio y la alegría de aquellos seres, proponiéndome entonces llegar al fin de la jornada; pero al mismo tiempo retrocedía; me sentía desfallecida, em faltaba valor; pero volvieron a mí, la Hermosura, Las Gracias, las Ilusiones, el Amor, me rodearon todos e hiciéronme su presa; la Hermosura puso una mano sobre mi hombro y me dijo. –“Tú debes amar, tú me perteneces.” Entonces las Gracias entonaron un himno, las Ilusiones acariciaron mi frente, yo conmovida invoqué una alama fuerte, vigorosa, que me sostuviera en trance tan difícil; entre tanto el Amor sacó de una dorada aljaba, que le pendía del hombro, la más aguda de sus flechas, templó su arco y me lo disparó; pro vino a estrellarse sobre una egida invulnerable que se había colocado sobre mi pecho, la flecha no pudo penetrar y se hizo mil pedazos, el niño indignado suspiró tristemente y quiso acometer de nuevo. Volvió el rostro para ver quién me había salvado y vi a Minerva que interponiéndose entre los dijo estas palabras. “Huya de aquí, Cupido, huya de la mansión de los que te temen, nunca verás a las almas que han llegado hasta mí para buscar un destello de la luz que me circunda y los laureles de la gloria para coronar su frente.

Luego que el Amor oyó semejantes palabras abandonó su empresa y emprendió la retirada entre una nube de escarlata: bajé los ojos a la tierra y habían desaparecido las Ilusiones, la Hermosura y alas Gracias, nada más Minerva, permanecía inmóvil, m miraba de un modo extraño y su rostro severo parecía que me despreciaba; quise con caricias demostrarle mi afecto pero no pude; entonces me arrodillé implorando su perdón y diciéndole que de todo aquello nada entendía. La diosa tal vez conmovida volvió a mí y me dijo: “¿Por qué has desesperado de la condición en que te tengo? ¿Por qué no caminas por la senda árida y desierta que llevas, con esa fe ardiente de los pocos varones insignes que se han consagrado a mi culto? Vuelve sobre tus pasos y no te dejes deslumbrar por el falso brillo de las ilusiones que siempre conducen a la juventud por un camino de distracciones e infructuosas inquietudes, cuando no le conducen al abismo. Solo es sabio aquél que sabe vencerse. Tú me has consagrado toda tu existencia y te he asistido, en todos tus desvelos y ya has sufrido y batallado tanto para alcanzar mis verdades; sigue , sigue y no desmayes que al fin de la jornada tendrás tu galardón.”

Cuando hubo acabado este discurso miré su rostro que no estaba tan severo como al principio, y como la vi despacio, descubrí en ella una hermosura irreprochable, pero no una de esas bellezas que trastornan y fascinan; sino una beldad sencilla que inspira veneración por la dignidad de que estaba revestida: echó su manto sobre mí y me dijo: -Adiós, tiempo es ya de que partas, no olvides que Minerva te ofrece su ayuda cuando te encuentres en algún abatimiento; pero llámame que yo te auxiliaré.”

¡Ah, Sofía! En aquel momento me consideré la más feliz de las mujeres, veía mi gloria cidrada en aquellas palabras, lloré y estreché con efusión aquella mano bienhechora, la besé repetidas veces. La diosa desapareció y yo sentí un vacío en el alma, un aislamiento completo, desperté y vi que todo era un sueño; pero un sueño misterioso que me hizo grandes revelaciones.

Sentíme llena de valor para emprender vigorosamente mi jornada para el porvenir. Tú conoces, querida amiga, cuánta es la fragilidad de nuestro sexo, y podrás considerar lo que produciría este sueño, esta revelación a mi alma impresionable y algo herida por el fatalismo.

¡Felices los que se sienten con fuerza y valor de sobra para concluir su jornada! ¡Felices los que pueden llegar sin tropiezo hasta el templo de la Inmortalidad, donde son coronados sus afanes por la Gloria, publicadas por sus hazañas por la Fama, y escrito sus nombres por la Historia!