Tomo I Monterrey
Marzo 1 de 1888. Número 11.
Quincenal de literatura, social moral y de variedades
Dedicado a las familias.
La cuaresma
Ercilia García
Estamos en la época del año en que la Iglesia Católica celebra el más grande de los acontecimientos que se registran en la historia de la humanidad.
La cuaresma nos recuerda los cuarenta días, que el Dios-Hombre, en su peregrinación por este valle de amarguras, se sujetó al ayuno más riguroso y á la penitencia, sus cruentos sacrificios y las escenas que más tarde tuvieron lugar en la deicida Jerusalem.
La cuaresma es el prólogo de ese drama sangriento, representado en Oriente hace 1888 años, cuyo protagonista fué el divino Filósofo de Galilea, y que tuvo tan terrible desenlace en las cumbres del Calvario.
Desde que el Mártir sagrado espirara en el Gólgota, hasta nuestros días, han pasado diez y ocho siglos; sin embargo, aun permanece en el corazón de la humanidad el recuerdo de aquel sublime Inspirado, que pagara con la vida la redención del género humano.
Por eso los fieles, cada año, al llegarse la época de conmemorar aquel fausto acontecimiento, se entregan con el mayor recojimiento á las prácticas religiosas y á los ejercicios espirituales, buscando de ese modo la reconciliación con Dios, por la mediación del sublime Salvador, que derramara su divina sangre por la redención de la humanidad…………………………………………………………….
En aquellos tiempos en que los hombres abrigaban las más absurdas y ridículas creencias, y se entregaban desenfrenadamente al desorden y al libertinaje, el Dios de Israel, en su ardiente amor por sus hijos, los desventurados descendientes de Adán, y compadecido de sus errores, descendió á la tierra, encarnando humanamente, para cumplir así la santa profesía de que á este mundo el Hombre-Dios bajara á enseñar á los hombres el camino del cielo redimiéndolos del pecado.
Una virgen hermosa de Nazareth fué la escojida por Dios, entre millares, para efectuar el divino portento, y en un establo de Bethlem, nació el Salvador del mundo, y ante él se postraron los reyes más poderosos del orbe entero, y los tiranos temblaron presintiendo el fin de su reinado, y el triunfo de la libertad por la mágica propagación de la filosófica religión cristiana.
A la tierna edad de doce años, el niño Jesús cautivaba con su inspirada palabra, con su elocuencia sublime, á lo escribas y fariseos, á los sacerdotes, á los sabios y á cuantos lo escuchaban en el templo predicando su celestial doctrina.
Escogió como discípulos doce humildes pezcadores, y con ellos recorrió varios puntos de la Judea llevando tras de sí las multitudes de creyentes que lo escuchaban con arrobamiento.
Portentosos fueron los milagros que Jesús, con el poder glorioso de que estaba investido por el Padre Celestial, efectuó durante su peregrinación sobre la tierra: la resurección de Lázaro la cantan los poetas, y el alimento de los panes á las multitudes en el desierto manifesta terminante su divinidad. Satanás, el angel rebelde, se atrevió á tentar al Salvador, llevándolo á la cima de una elevadísima montaña donde le ofreció oro, mucho oro y poderío sobre muchos pueblos, si ante él se postraba y le adoraba; pero Jesús triunfó de la diabólica tentación, y á su sola palabra Satanás huyó despavorido.
Pero estaba escrito: el Hijo de Dios debia sellar con su sangre, en ignominioso patíbulo, la regeneración de la humanidad. Acercábase la pascua, día señalado para el sacrificio, y el Salvador sintió contristarse su espíritu y derramó fervients lágrimas, no por lo que iba á acontecerle, sino por compasión á sus enemigos, que se negaron á reconocerle como el enviado de Dios, y seguían envueltos en las negras brumas de la ignorancia y de la idolatria.
Entonces fué cuando el Salvador ayunó cuarenta días, preparándose así á tornar á la mansión de luz donde habita el Creador del Universo, dejando cumplida su sagrada misión sobre la tierra.
Esta es la cuaresma que el orbe Católico celebra en memoria de los cuarenta ayunos del Redentor.
Los fieles, en esta época, se apresuran á practicar los ejercicios cuaresmales ayunando, confesando y haciendo penitencia, como lo manda la Iglesia, para que su alma pueda recibir dignamente el cuerpo sagrado de Cristo.
Dejémonos, pues, del mundo en estos días. para pensar en la Divinidad y en la Religión.

