Tomo I Monterrey

Abril 1 de 1888. Número 13.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

La Oración del Huerto

María Garza González

Luego que el Divino Maestro salió del Cenáculo, se dirigió con sus discípulos al Monte de los Olivos.

Pasó con ellos la Puerta Doria, descendieron al Valle de Josaphat, cruzaron el torrente Cedrón, siguieron caminando por riscos y cavidades, entre la espesura de matorrales y muchos árboles y costeando la falda del Monte de los Olivos llegaron al jardin de Gethsemaní.

Jesús señaló á sus discípulos Felipe, Simón, Mateo, Santiago el menor, Bartolomé y Tomás una roca blanquísca que allí había diciéndoles: “Sentaos aquí mientaas voy á orar.’

A Pedro, á Santiago el mayor y á Juan les dijo: “Venid conmigo y acompañadme.”

Anduvieron los cuatro algunos pasos más hacia el Norte y se pararon en un peñasco rojizo que sobresalía de la tierra como dos pies.

El señor dijo á sus discípulos:

“Esperadme aquí: velad y orad para que no entreis en la tentación.”

En seguida se separó de aquel sitio.

Estaba demudado profundamente, sus mejillas se veían blancas, sus lábios pálidos: se ofusca su mirada con una lágrima al retirarse. El Evangelio expresa que se arrancó de sus tres discípulos al irse de aquel lugar.

Jesús se dirigió a una gruta que estaba cerca.

En aquel huerto, bajo aquellos árboleda, al límpido resplandor de la luna y sintiendo el aislamiento, Jesús se hincó de rodillas, se postró con profunda humildad y congoja poniendo su faz en la tierra y comenzó su oración diciendo:

“Padre mio: si es posible, haz que pase de mí este cáliz……..!”

Se quedó meditando un rato en esa postura.,. ¡parecía un bulto inerte encima del suelo.

Estaba solo, nadie podía ver su dolor, su quebranto inmenso; nadie podía percibir las palpitaciones de su corazón tan lleno de penas y de aflicciones.

Se enderezó quedándose de rodillas, con las manos alzadas y los ojos mirando al cielo: una angustia extremada parecía sofocar su espíritu y hacer desfallecer su cuerpo rendido por la fatiga.

“Padre mío, Padre mío, volvió á hablar: si es posible……..que pase de mí este cáliz.”

Y á pocos momentos retrocediendo en su pensamiento concluyó: “¡Pero no…..no se haga, Señor, como yo quiero, sino como lo quiera tu voluntad!”

Jesús, al concluir su meditación, manaba sudor y sangre en todo su cuerpo y había hundido con sus rodillas la dura roca en que estaba hincado.

Se puso en pie Jesús, se limpió el sudor que corría por sus sienes y por su frente y fue á ver á sus tres discípulos que había dejado velando y acompañándole.

Dormían los tres…….

¡Los que mejor lo comprendían y que má lo amaban, sus caros discípulos, estaban durmiendo! ¿Y en que ocasión? Cuando El estaba en el mayor sobresalto, en el cuidado más angustioso, en la hora horrible de verse entre grado para morir!

Después de contemplarlos unos instantes llenos de tranquilidad y calma, los despertó diciendo:

“Pedro, Pedro, ¿no habeis podido velar una hora conmigo?…….. Velad y orad; no caigais en la tentación. El espíritu está pronto pero la carne enferma.”

El Salvador volvió á su oración se arrodillo de nuevo, se postró; lloraron sus ojos, temblaron sus carnes, llegó á la agonía, que es la lucha de la vida entre los brazos de hierro con que la muerte la estrecha al asirla como su presa.

La oración del Redentor ascendió á los cielos: el Padre oyó las súplicas de su Hijo, objeto de su amor y sus complacencias.

Un ángel descendió del Cielo, trayendo en la mano una copa de oro que ofreció al Señor con ternura y con reverencia, y le dijo palabras misteriosas, indefinibles que trascendían al aroma suavísimo del consuelo…..

El ángel besó la tierra regada con sangre, sudor y lágrimas, y retrocedió al Cielo.

Repitió Jesús dos veces la visita á sus discípulos y los halló siempre durmiendo: tenían sus ojos cargados de sueño. En la última vez les dijo revelando amor y conformidad.

“¡Ea! dormid, reposad; ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será entregado.”

En esos momentos se oyó á lo lejos un ruido de armas.

Jesucristo se extremeció y puso su dedo sobre Juan, moviéndole dulcemente.

“Levantaos, les dijo con valor y tranquilidad, levantaos: ved que llega el que va á entregarme.”

Jesús salió al encuentro de los que llegaban con antorchas inundando de luz amarilla el huerto y les ijo: “¿A quien buscais?”

“A Jesús el Nazareno, respondieron aquellos extremeciéndose á la voz del Señor.

“Yo soy,” dijo Jesús.

Y Júdas que la hacía de Jefe se aproximó á él diciéndole:

“Dios te salve Maestro.”

Y le dió un beso en la mejilla, señal de amistad entre los Judíos.

Los soldados ataron las manos del Salvador haciéndole prisionero y echaron á andar con El, llenándole de ofensas y denuestros.

Al ver esto los discípulos huyeron despavoridos.

Escrito estaba que nadie había de acompañarlo en su doloroso trance, que no había de haber quien le prodigara el consuelo; solo se ofrecía en olocausto por salvar á la humanidad y solo sufriría el martirio.

El autor de la libertad estaba preso; había puesto todos los pecados del mundo sobre sus hombros……………