Tomo I Monterrey

Junio 1 de 1888. Número 15.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Algo sobre la ilustración de la mujer

(Montemorelos.)

Julia G. de la Peña de Ballesteros.

Voy á escribir unas cuatas líneas sobre un asunto que se presta y se prestará siempre á una vasta y profunda disertación; asunto en el que seré parca, por que ni la pequeñez de mi talento ni mis deberes domésticos, á los cuales consagro una gran parte de mi tiempo, me permiten extenderme, sino pasar como á vuelo de pájaro, sobre aquellos puntos, cuyos notables relieves detienen hoy mi atención.

La ilustración de la mujer es la base fundamental de su virtud, es la palanca del bien para derrocar el mal, cuyo más grande imperio está siempre en los absurdos de la ignorancia, la mujer instruida es la luz del hogar, y el prestigio que la rodea le abre las puertas de la sociedad que la admira.

Privar á la mujer de la ilustración colocándola siempre en una escala que la hace aparecer inferior al hombre, es un error craso que cede en perjuicio del hombre vano que lo procura.

¿El hombre no quiere una compañera que como él alcance triunfos en el mundo de la ciencia ó de las artes? ¿será preciso buscarle una mujer autómata que llene sus aspiraciones? ¿será preciso que subsista á través de los siglos y en todos los países la mujer del Oriente instrumento pasivo de caprichos groseros? No; opongámonos con toda la fuerza de nuestra voluntad á esa abyección que no tiene lugar de ser; el siglo del adelanto material debe ser también el del adelanto moral; no porque la mujer se instruya deja de ser buena madre y mejor esposa, no porque asista á las aulas del saber dejará de cumplir con sus deberes domésticos, las dos cosas son compatibles en esa naturaleza que se quiere injustamente nulificar.

Abrid paso á la mujer que se ilustra y se hará más digna de ser la compañera del hombre; tierna é instruida tendrá para él caricias y consejos, y los hijos que de ellas nazcan serán ciudadanos virtuosos que labrarán el porvenir de su Patria. Opongámonos, pues, á la fatal doctrina del retroceso que pretende hacer creer que la mitad del género humano no tiene más radio donde extender las alas de su privilegiada inteligencia que el comprendido en las estrechas dimensiones del hogar. ¡Paso á la mujer sabia, que sin el auxilio del hombre puede con su ciencia labrarse una existencia cómoda y honrada! ¡paso á la esposa que puede, cuando el caso lo requiera, subvenir, en lugar del padre á las necesidades de sus hijos.

No quiero para la mujer esa educación superficial que la vuelve vana y caprichosa, esa instrucción de salón que la hace pensar únicamente en el baile y en la moda, en el tocador y en la lisonja, quiero una instrucción sólida que la convierta en un ser verdaderamente estimable, que la enseñe á labrar su bien, labrando el de sus semejantes.

Quiero para ella una suerte igual en el campo de la ciencia á la suerte del hombre, quiero que puedan ser iguales sin rivalidad, sin antagonismo; un copio de sabios conocimientos harán á la mujer mucho mejor de lo que podría ser; dejará de ser débil, porque la ciencia es una fuerza verdadera, y dejará de ser ficciosa, porque no tendrá necesidad de fingir el mérito que posea; hagamos porque la mujer llegue al pináculo de sus aspiraciones, demasiado nobles, para ser protegida; negarle lo que desea, es caminar á oscuras en el camino del progreso intelectual.