Tomo I Monterrey
Junio 1 de 1888. Número 15.
Quincenal de literatura, social moral y de variedades
Dedicado a las familias.
Un Amor Romantico
X
Clotilde es una niña preciosa, encantadora, divina: virtuosa eso si, pero que sin embargo, lleva siempre al retortero doce ó catorce pollos de los que compran las camisas al regenerador de idem, los sombreros de á 20reales y el pantalón y el gabán con arreglo al figurin que no ha llegado todavía.
Uno de estos, Alfredo, tiene entrada en la casa, es el más pobre, el más fe y el más viejo, porque tendrá lo menos diez y siete años, y como si tres fueran muchos meses, á su vez es el menos querido.
Un día, por su fortuna, ó por su desgracia. Alfredo se encontró solo con Clotilde. Si fuéramos novelistas, la ocasión se nos presentaba á pedir de boca, pero no lo somos y pasamos por alto toda la conversación.
Aquí puede quedar un blanco de veinte ó treinta páginas.
―Clotilde, concluyó Alfredo diciendo, esta es una vida mil vecespeor que la muerte: yo quiero que Vd. me diga terminantemeute que no me ama, que no me puede amar. ¡Clotilde! necesito un sí ó un nó: si lo primero, para arrojarme á sus piés, si lo segundo…..
―¿Para qué? dijo la niña con curiosidad.
―¡Para qué! es un secreto espantoso, que no me atrevo que no puedo revelar.
―Pues digo…..
¿Que si?
―Que no.
―¡Ah! esclamó Alfredo llevándose las manos á la cabeza.
A poco rato se sentó, quedó tranquilo como si hubiese hecho un esfuerzo sobre sí mismo, y dijo á Clotilde.
―Querrá Vd. mandar que me den un vaso de agua?
A los dos minntos lo tenia en sus manos.
Sacó un papel, echó en el vaso unos polvos y se bebió el agua.
Clotilde principió á temblar, encontraba en esta operación tan sencilla una cosa extraña que no se explicaba.
–¿Que sería lo que contenía el papel? ¡Dios mío! ¿Que sería?
Alfredo dijo con una calma espantosa.
–¿He perdido el color, Clotilde? ¿Me pongo lívido?
–Sí, sí, yo creo que sí, dijo la niña temblando.
–No es tiempo, no ha podido producir su efecto.
–¡Su efecto! ¡qué! Alfredo, por Dios! ¿Que tiene Vd.? ¿Qe es lo que ha tomado?
–Lo quiero Vd. saber?
–Si.
–Pues es…..¡veneno!
Clotilde dió un grito, y en un instante se halló reunida toda su familia, la casa era una confusión. Unos traían aceite, otros agua caliente, otros llamaban á gritos al médico, al celador y á sus vecinos.
Alfredo se resistía á beber; pero dos criados le sujetaron, le abrieron la boca y le embaularon en el cuerpo cuatro ó seis libras de aceite y media arroba de agua próxima á hervir.
Alfredo se moría, se moria de congoja, se moría de agua, de aceite, qué sé yo, pero se moría.
Entre tanto el médico no llegaba y el agua y el aceite contiuaban entrando como si el pobre jóven fuese el depósito del Ferrocarril.
Llega el médico, lo manda sangrar una vez, dos tres; le ponen sanguijuelas, sinapismos, cantáridas, ventosas y moxas…..
El veneno es muy activo, dice el médico, y no lo vamos á neutralizar si no se le da más agua y más aceite.
Alfredo hace entónces un movimiento heroico y logra por fin desasirse de las manos de los criados. Conoce que va á morir si aquella situación dura un cuarto de hora.
–¡Silencio! grita con desesperación; señores, por Dios! No es un veneno lo que he tomado.
–¿Pues que? dicen todos á una voz.
–Azucar.
Una carcajada general estalla en la sala; el médico toma el sombrero, Clotilde se esconde avergonzada, y Alfredo derribando criados y silla, salva de un salto la escalera, y piés ¿para qué os quiero?
Aún está corriendo

