Tomo I Monterrey
Mayo 1 de 1888. Número 14.
Quincenal de literatura, social moral y de variedades
Dedicado a las familias.
El Sr. Doctor José Eleuterio González
La Redacción
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El morir es natural. La muerte es la pena de la desobediencia original. Dios crió al ser humano para la inmortalidad; mas éste abusando de esa prerrogativa con que le dotó el Supremo Hacedor, de la libertad, trastornó el plan divino, y en consecuencia se hizo digno de castigo. He aquí la razón de la muerte natural.
Pero el sentimiento primitivo de la inmortalidad quedó en el fondo del ser humano: todos la deseamos por innata propensión, y ya que el morir es forzoso, ansiamos vivir siquiera en la memoria de nuestros amigos y relacionados. ¡Terrible contraste! ¡Deseo íntimo, profundo, de ser imortal: necesidad inexorable de morir! ¡Arcanos de la creación….! Por esto nos causa siempre sorpresa la muerte de un ser estimado.
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Motivo de justísimo dolor es para la sociedad regiomontana el fallecimiento del Benemérito Dr. Jose Eleuterio Gonzalez, acaecido el día 4 del pasado Abril; ¿y cómo no ser así cuando eran conocidas sus virtudes y prendas morales que le adornaban? ¿Cómo no llorar al que fuera el benefactor de la humanidad, el sabio maestro, el filántropo el caritativo, el ciudadano modelo? !Ah¡ las lágrimas no son bastantes á manifestar el sentimiento que ha causado tan irreparable pérdida, porque el ilustre Gonzalitos, como por cariño se le decía, quemó su mejor incienso en aras de la abnegada filantrópica; sin embargo ellas irán siempre á humedecer su tumba y aliviarán un tanto la pena de que se halla poseída la sociedad entera.
¡Inexcrutables designios del Altísimo! Ayer el venerable Doctor estrechaba aún las manos de sus amigos, y alegre y familiar departía con ellos; ayer instruía á esa pléyade de jóvenes que iban solícitos no sólo á recibir el sabrosísimo pan de la instrucción, sí que también sanos y edificantes consejos que les daba cual tierno y afectoso padre; y hoy, ya no existe, su cuerpo yace bajo la losa fría de la tumba; pero no….. hemos dicho mal, existe aún, por que los buenos nunca mueren, existe, sí, en el corazón de todos, y especialmente en el de aquellos que recibieron sus lecciones y sintieron la acción de sus grandes beneficios: aquellos que con sanos ejemplos guiara con paternal, cuidado por la senda de la virtud, y que agradecidos tejerán guirnaldas inmarcesibles con las flores del cariño, que irán á depositar sobre su sepulcro, junto con las lágrimas de gratitud que derraman sus sensibles corazones.
Sí, el bienhechor de los pobres, el inolvidable Gonzalitos, se ha ausentado para siempre de entre nosotros; pero nos queda el recuerdo de sus virtudes, de sus magnánimos hechos…….
Tres deidades vestidas de luto lloran sobre su tumba: la Ciencia, la Caridad y la Virtud, porque á ellas rindió siempre fervoroso culto el venerable anciano; por eso, y como premio á su conducta intachable, á sus bondadosas obras, murió rodeado de multitud de amigos y numerosos discípulos, y es llorado por todo el pueblo que supo apreciar sus beneficios.
Por sus obras, sus virtudes cívicas y su raro talento, fué elevado más de una vez á la primera Magistratura del Estado y al desempeño dé los más prominentes puestos públicos; el Congreso, como una débil recompensa á sus muchos é importantes servicios, le declaró Benemérito y mandó esculpir su nombre, en letras de ero, en el Salón de la H. Legislatura del Estado.
Los funerales que se le hicieron estuvieron suntuosísimos, casi regios. Embalsamado el cadáver fué trasladado al Palacio de Gobierno, y colocado en un magnífico catafalco, levantado en el lujoso salón de recibo, donde estuvo puesto á la expectación pública por espacio de veinticuatro horas. El catafalco donde yacía el cuerpo inanimado de Gonzalitos, estaba cubierto de coronas fúnebres de finísimo crespón negro, en cuyo centro se le´´ian en letras doradas algunos pensamientos notables, dedicados á la memoria del inolvidable anciano.
Allí fué visitado por una multitud incontoble de personas, pertenecientes á todas las clases sociales. El Gobierno, de acuerdo con las demás Corporaciones existentes en esta Capital y varios particulares y profesionistas notables, nombró todas las comisiones encargadas de hacer los honores póstumos y organizar los funerales, como era digno del Benemérito Doctor.
Como á las cinco de la tarde del día 8, el cortejo partió de Palacio para el Hospital Civil, donde debían ser inhumados los restos del ilustre finado.
Indescriptible era el espectáculo que presentaba la fúnebre procesión; ésta la formaban todos los funcionarios del Estado y municipales, el “Círculo de Obreros,” las Asociasiones políticas, las Escuelas de Medicina y Juaisprudencia, los alumnos del Colegio Civil, los miembros del Colegio de Abogados, multitud de particulares, numeroso pueblo y, por último, la guarnición de la plaza. Las calles estaban enlutadas é invadidas por una muchedumbre de gente verdaderamente inmensa. En la plazuela del Hospital, preparada exprofeso convenientemente para la última ceremonia, se leyeron sentidos y notables discursos y oraciones por los Sres. Licenciados Francisco Valdés Gómez, Ramón Treviño y H. Dávila, Dr. José María Lozano y el Sr. Ricardo M. Cellard, que leyó una alocución por el Lic. Enrique Gorostieta.
Por doquiero un doloroso suspiro, el pesar pintado en todos los semblantes; no hubo persona allí cuyo rostro no fuese surcado por las lágrimas, y hasta en los más apartados recintos de la ciudad oíase el sollozo con que daban el postrer adiós al que, con benéficas obras, había sembrado de afectos el camino por donde debía dirijirse á su inmortalidad. Sí, él con esas obras benéficas, se había conquistado el aprecio de cuantos le trataron, y por eso todos los círculos sociales se unieron para depositar sobre su sarcófago guirnaldas de frescas siemprevivas.
La muerte de Gonzalitos será eternamente llorada, porque hombres como él, de cualidades poco comunes, no se reponen fácilmente; su memoria nos acompañará siempre, y Dios le habrá destinado entre las almas nobles un puesto preferente en su Soberano Alcázar.