Tomo I Monterrey

Junio 1 de 1888. Número 15.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Un Amor Romantico

X

Clotilde es una niña preciosa, encantadora, divina: virtuosa eso si, pero que sin embargo, lleva siempre al retortero doce ó catorce pollos de los que compran las camisas al regenerador de idem, los sombreros de á 20reales y el pantalón y el gabán con arreglo al figurin que no ha llegado todavía.

Uno de estos, Alfredo, tiene entrada en la casa, es el más pobre, el más fe y el más viejo, porque tendrá lo menos diez y siete años, y como si tres fueran muchos meses, á su vez es el menos querido.

Un día, por su fortuna, ó por su desgracia. Alfredo se encontró solo con Clotilde. Si fuéramos novelistas, la ocasión se nos presentaba á pedir de boca, pero no lo somos y pasamos por alto toda la conversación.

Aquí puede quedar un blanco de veinte ó treinta páginas.

―Clotilde, concluyó Alfredo diciendo, esta es una vida mil vecespeor que la muerte: yo quiero que Vd. me diga terminantemeute que no me ama, que no me puede amar. ¡Clotilde! necesito un sí ó un nó: si lo primero, para arrojarme á sus piés, si lo segundo…..

―¿Para qué? dijo la niña con curiosidad.

―¡Para qué! es un secreto espantoso, que no me atrevo que no puedo revelar.

―Pues digo…..

¿Que si?

 ―Que no.

―¡Ah! esclamó Alfredo llevándose las manos á la cabeza.

A poco rato se sentó, quedó tranquilo como si hubiese hecho un esfuerzo sobre sí mismo, y dijo á Clotilde.

―Querrá Vd. mandar que me den un vaso de agua?

A los dos minntos lo tenia en sus manos.

Sacó un papel, echó en el vaso unos polvos y se bebió el agua.

Clotilde principió á temblar, encontraba en esta operación tan sencilla una cosa extraña que no se explicaba.

–¿Que sería lo que contenía el papel? ¡Dios mío! ¿Que sería?

Alfredo dijo con una calma espantosa.

–¿He perdido el color, Clotilde? ¿Me pongo lívido?

–Sí, sí, yo creo que sí, dijo la niña temblando.

–No es tiempo, no ha podido producir su efecto.

–¡Su efecto! ¡qué! Alfredo, por Dios! ¿Que tiene Vd.? ¿Qe es lo que ha tomado?

–Lo quiero Vd. saber?

–Si.

–Pues es…..¡veneno!

Clotilde dió un grito, y en un instante se halló reunida toda su familia, la casa era una confusión. Unos traían aceite, otros agua caliente, otros llamaban á gritos al médico, al celador y á sus vecinos.

Alfredo se resistía á beber; pero dos criados le sujetaron, le abrieron la boca y le embaularon en el cuerpo cuatro ó seis libras de aceite y media arroba de agua próxima á hervir.

Alfredo se moría, se moria de congoja, se moría de agua, de aceite, qué sé yo, pero se moría.

Entre tanto el médico no llegaba y el agua y el aceite contiuaban entrando como si el pobre jóven fuese el depósito del Ferrocarril.

Llega el médico, lo manda sangrar una vez, dos tres; le ponen sanguijuelas, sinapismos, cantáridas, ventosas y moxas…..

El veneno es muy activo, dice el médico, y no lo vamos á neutralizar si no se le da más agua y más aceite.

Alfredo hace entónces un movimiento heroico y logra por fin desasirse de las manos de los criados. Conoce que va á morir si aquella situación dura un cuarto de hora.

–¡Silencio! grita con desesperación; señores, por Dios! No es un veneno lo que he tomado.

–¿Pues que? dicen todos á una voz.

–Azucar.

Una carcajada general estalla en la sala; el médico toma el sombrero, Clotilde se esconde avergonzada, y Alfredo derribando criados y silla, salva de un salto la escalera, y piés ¿para qué os quiero?

Aún está corriendo

Tomo I Monterrey

Abril 1 de 1888. Número 13.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

La Oración del Huerto

María Garza González

Luego que el Divino Maestro salió del Cenáculo, se dirigió con sus discípulos al Monte de los Olivos.

Pasó con ellos la Puerta Doria, descendieron al Valle de Josaphat, cruzaron el torrente Cedrón, siguieron caminando por riscos y cavidades, entre la espesura de matorrales y muchos árboles y costeando la falda del Monte de los Olivos llegaron al jardin de Gethsemaní.

Jesús señaló á sus discípulos Felipe, Simón, Mateo, Santiago el menor, Bartolomé y Tomás una roca blanquísca que allí había diciéndoles: “Sentaos aquí mientaas voy á orar.’

A Pedro, á Santiago el mayor y á Juan les dijo: “Venid conmigo y acompañadme.”

Anduvieron los cuatro algunos pasos más hacia el Norte y se pararon en un peñasco rojizo que sobresalía de la tierra como dos pies.

El señor dijo á sus discípulos:

“Esperadme aquí: velad y orad para que no entreis en la tentación.”

En seguida se separó de aquel sitio.

Estaba demudado profundamente, sus mejillas se veían blancas, sus lábios pálidos: se ofusca su mirada con una lágrima al retirarse. El Evangelio expresa que se arrancó de sus tres discípulos al irse de aquel lugar.

Jesús se dirigió a una gruta que estaba cerca.

En aquel huerto, bajo aquellos árboleda, al límpido resplandor de la luna y sintiendo el aislamiento, Jesús se hincó de rodillas, se postró con profunda humildad y congoja poniendo su faz en la tierra y comenzó su oración diciendo:

“Padre mio: si es posible, haz que pase de mí este cáliz……..!”

Se quedó meditando un rato en esa postura.,. ¡parecía un bulto inerte encima del suelo.

Estaba solo, nadie podía ver su dolor, su quebranto inmenso; nadie podía percibir las palpitaciones de su corazón tan lleno de penas y de aflicciones.

Se enderezó quedándose de rodillas, con las manos alzadas y los ojos mirando al cielo: una angustia extremada parecía sofocar su espíritu y hacer desfallecer su cuerpo rendido por la fatiga.

“Padre mío, Padre mío, volvió á hablar: si es posible……..que pase de mí este cáliz.”

Y á pocos momentos retrocediendo en su pensamiento concluyó: “¡Pero no…..no se haga, Señor, como yo quiero, sino como lo quiera tu voluntad!”

Jesús, al concluir su meditación, manaba sudor y sangre en todo su cuerpo y había hundido con sus rodillas la dura roca en que estaba hincado.

Se puso en pie Jesús, se limpió el sudor que corría por sus sienes y por su frente y fue á ver á sus tres discípulos que había dejado velando y acompañándole.

Dormían los tres…….

¡Los que mejor lo comprendían y que má lo amaban, sus caros discípulos, estaban durmiendo! ¿Y en que ocasión? Cuando El estaba en el mayor sobresalto, en el cuidado más angustioso, en la hora horrible de verse entre grado para morir!

Después de contemplarlos unos instantes llenos de tranquilidad y calma, los despertó diciendo:

“Pedro, Pedro, ¿no habeis podido velar una hora conmigo?…….. Velad y orad; no caigais en la tentación. El espíritu está pronto pero la carne enferma.”

El Salvador volvió á su oración se arrodillo de nuevo, se postró; lloraron sus ojos, temblaron sus carnes, llegó á la agonía, que es la lucha de la vida entre los brazos de hierro con que la muerte la estrecha al asirla como su presa.

La oración del Redentor ascendió á los cielos: el Padre oyó las súplicas de su Hijo, objeto de su amor y sus complacencias.

Un ángel descendió del Cielo, trayendo en la mano una copa de oro que ofreció al Señor con ternura y con reverencia, y le dijo palabras misteriosas, indefinibles que trascendían al aroma suavísimo del consuelo…..

El ángel besó la tierra regada con sangre, sudor y lágrimas, y retrocedió al Cielo.

Repitió Jesús dos veces la visita á sus discípulos y los halló siempre durmiendo: tenían sus ojos cargados de sueño. En la última vez les dijo revelando amor y conformidad.

“¡Ea! dormid, reposad; ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será entregado.”

En esos momentos se oyó á lo lejos un ruido de armas.

Jesucristo se extremeció y puso su dedo sobre Juan, moviéndole dulcemente.

“Levantaos, les dijo con valor y tranquilidad, levantaos: ved que llega el que va á entregarme.”

Jesús salió al encuentro de los que llegaban con antorchas inundando de luz amarilla el huerto y les ijo: “¿A quien buscais?”

“A Jesús el Nazareno, respondieron aquellos extremeciéndose á la voz del Señor.

“Yo soy,” dijo Jesús.

Y Júdas que la hacía de Jefe se aproximó á él diciéndole:

“Dios te salve Maestro.”

Y le dió un beso en la mejilla, señal de amistad entre los Judíos.

Los soldados ataron las manos del Salvador haciéndole prisionero y echaron á andar con El, llenándole de ofensas y denuestros.

Al ver esto los discípulos huyeron despavoridos.

Escrito estaba que nadie había de acompañarlo en su doloroso trance, que no había de haber quien le prodigara el consuelo; solo se ofrecía en olocausto por salvar á la humanidad y solo sufriría el martirio.

El autor de la libertad estaba preso; había puesto todos los pecados del mundo sobre sus hombros……………

Tomo I Monterrey

Marzo 15 de 1888. Número 12.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

La samaritana

Josefa Pujol de Collado 

El Salvador de los hombres vino al mundo para enseñarnos la ley del amor.

Hijo de Dios, y poseyendo el secreto de la eterna sabiduría, todos sus actos en la tierra tienen un sello especial de sencillez y grandeza, reveladores del origen divino de donde emana.

¿Quién comprendió más pronto la sublimidad de la doctrina de Jesús? La mujer.

¿Para quien fueron las palabras más cariñosas del Redentor? Para las mujeres.

……………………………………………………….

Cuando la tierra se estremecia de gozo al sentirse hollada por el Divino Maestro, cuando escuchaban atónitas su palabra augusta las muchedumbres ignorantes, sin acertar á comprenderla, en Samaria, una mujer se penetró la primera de la magnanimidad de sus conceptos.

No lejos de la ciudad de Sichar sentóse Jesús fatigado junto al antiguo pozo que Jacob diera un día á su hijo José, mientras esperaba el regreso de sus discípulos que habían ido á la inmediata población.

Una hermosa mujer de Samaria llegóse al pozo para sacar agua, y el Redentor, elevando hacia ella sus divinos ojos, dijo con dulce acento:

―Mujer, dame agua.

―¿Cómo tú, siendo judío pides agua á una Samaritana, olvidando antiguos odios?

―Porque cualquiera que beba de esta agua volverá á tener sed, respondió Jesús, mientras que el que bebiere del agua o le daré, no adolecerá jamás de ella.

Y como una música celestial, de los labios del Redentor salieron los puros preceptos de la moral cristiana, que la Samaritana preguntó asombrada:

―Señor, tú que todo lo aciertas, ¿eres acaso el Mesías prometido?

―Yo soy, contestó sencillamente el Divino Maestro.

Entonces sintióse de repente la Samaritana invadida por el convencimiento más profundo; comprendió que aquel hombre extraordinario tenía algo de divino, y corriendo á la ciudad, reunió numerose pueblo, volviendo juntos al encuentro de Jesús, que les esperaba junto al pozo de Jacob, con sublime confianza.

La muchedumbre oyó arrobada al Señor, quien permaneció dos días con ellos instruyéndoles en la nueva fé.

Al abandonar á Sichar Jesús y sus discípulos, los samaritanos, maravillados de cuanto habían oído decían á la mujer:

―Tenías razón; cierto, este es el Salvador del mundo, el Cristo.

¡Siempre, en todos los tiempos, la mujer, como la Samaritana, se halla pronta á admitir toda idea grande y noble!

Además, no es posible olvidar que las mujeres siguieron valerosamente á Jesús hasta el Calvario, cuando sus mismos discípulos le abandonaron.

ocho olivos viejísimos, con el tronco hueco lleno de piedras, la corteza áspera, nudosa, muy arrugada, y los ramos curvos, muchos de ellos vencidos y todos con hojas raquíticas, marchitas y poco abundantes, Dos de ellos tienen sus troncos muy gruesos, midiendo de circunferencia casi diez metros, y dos cuellan sobre un pequeño montón de tierra, rodeado de grandes piedras.

Esos ocho olivos tan enormes y venerables, han asistido a casi todas las revoluciones que ha habido en Jesusalem. Dicen los escritores que ya existían esos árboles en tiempo del Salvador; que bajo su sombra reposaba, platicaba con sus discipulos y fué aprehendido. Han sido respetados de los Romanos, de los Judío y de los Musulmaes: sus aceitunas sirven para el aceite que arde en las lámparas con que se alumbra el Santo Sepulcro. El distinguido botánico Schubert los examinó, y calcula que remonta á siglos muy atrasados; Chateaubrian, refiere: que los árboles de esa misma especie renacen en sus retoños, y que vió en Atenas uno, que se plantó cuando hecharon los primeros cimientos de la ciudad.

Los peregrinos se arrodillan y meditan debajo de aquellos olivos monumentales, y cortan pequeños ramos que llevan á sus familias.

Del lado Norte, fuera de la tapia y poco distante del jardín de Gethsémani, hay una callejuela que da vuelta á otra más estrecha, en cuyo fondo se abre una puerta de fierro baja. Pasada ésta, se desciende una escalinata de siete gradas y se entra en la ruta que se llama: Gruta de la Agonía. Está como cuando el Señor iba á ella á recojerse y á orar, sin más diferencias que las que ha introducido el culto cristiano. Es una cueva de medianas dimenciones, labrada en una roca amarillosa y calcárea; la sostienen dos pilares de la misma roca y se alumbra por una claraboya hecha sobre la bóveda: tiene dos altares; uno en el fondo y dos á los lados: sobre el primero que está al Oriente, hay encerrada en un marco darado una pintura, representando la agonía de Jesus y la aparición del Angel, y abajo, encima de una losa de mármol blanco, está inscripción en letras de oro alumbradas por doce lámparas:

Hic factus est suder ejus sicu gatoe sanguinis decurrentis interram.

Aquí sudó gotas de sangre que corrió por el suelo.―Luc. XXII, 44.

Cuentan: que había en esta gruta una piedra, sobre la cual estaban señaladas las rodillas del Salvador, y que se la llevaron los primitivos cristianos, y dicen, refiriéndose á una viejísima tradición; que á esta misma gruta vinieron Adán y Eva arrojados del Paraíso, á llorar su primera falta.

¡Cuantas reflexciones ocurren en este sitio privilegiado!

De aquí se ha levantado al cielo la oración más poderosa que ha habido sobre la tierra; la oración que apagó en las manos de Dios el rayo de sus venganzas y que exaltó al hombre hasta hacerle alcanzar las divinas gracias. Dios escuchó la oración de Jesucristo anhelando la libertad, la felicidad y la gloria de toda la humanidad. La oración hace lo que Dios hace, porque El la obedece cuando ella es santa. Las lágrimas se paran al borde de los abismos sin poderlos pasar, y la oración las pasa endulzándolas y odorificándolas en su tránsitos.

La oración de Jesucristo, no fué la de Jacob pidiendo el rocío del cielo, ni la Essau pidiendo los frutos de la  tierra, ni la de Pedro queriendo vivir perpetuamente sobre el Tabor, ni la de los dos mejores lugares que hubiera en el reino eterno, la oración del Señor dirigida á su Padre, se reducía á estas palabras que constituyen su indeclinable virtud y su gran poder: “Hágase tu voluntad.” Y esa voluntad era sufrir y morir con resignación; ofrecerse como hostia sobre el altar satisfaciendo á la divina Justicia, desagraviándola, presentándola en dignos merecimientos el amor purificado y bendito del género humano regenerado.

En esta gruta, que con el espíritu estamos viendo, se han templado los corazones de los monjes, de los anacoretas, de los ermitaños; de todos los hombres que han hecho profesión de sacrificarse, de conformarse con las penalidades mundanas y de ofrecer á la Divinidad sus carnes y sus dolores en ¡expiación de sus culpas y de las culpas de los demás hombres. En esta gruta, han tomado ánimo los desamparados, los aflijidos, los moribundos acongojados; todos aquellos para quienes extinguidos los astros de la fortuna, del encanto y de la ventura, parecía quedarles sólo la negra noche de la duda y de la más descosoladora incredulidad. Con el aceite del Monte de los Olivos consagrado en esta gruta por Jesucristo, se han ungido los gladiadores cristianos para pelear y triunfar contra las injusticias, contra los vicios, contra todas las iniquidades de las sociedades y contra los despotismos de los tiranos,

Es consolador abrir uno de su alma y desahogarla en esta gruta donde Jesucristo oró y lloró por todos los hombres; es saludable y muy dulce, poner uno su corazón bajo la sombra del corazón de Jesucristo en la hora sublime de su oración. Se siente uno calmado, fortalecido y con energía, dispuesto á contestar á los nales del mundo lo que El contestó á Pilatos: “Nada podrías contra mí si no se os permitiera de lo alto.

Tomo I Monterrey

Marzo 1 de 1888. Número 11.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Jerusalem

(FRAGMENTOS DE SU HISTORIA)

I.A.

Jerusalem fué fundada por el rey y gran sacerdote Melquisedec, que en el año 2023 de la creación del mundo, que equivale al 1981, antes del nacimiento de Jesucristo. Entonces Jerusalem no ocupaba más terreno que los montes, Morzah y Akra, y su fundador le dió el nombre de Salem, que quiere decir paz. Cincuenta años después, ó sea en 1931, antes de Jesu-cristo, cayó en poder de los jebuseos, descendientes de Jebus, hijo de Canaham, quienes construyeron sobre el monte Sión una fortaleza, á la que llamaron Jebus en memoria de su padre; y uniendo luego los nombres de Jebus y Salem, tomó la ciudad el de Jebusalem, visión de paz, que adulterado después de convirtió en Jerusalem.

En el año de 1607, antes de Jesucristo, entró el pueblo de Israel en la tierra de promisión y arrojó á los Jebuseos de la ciudad de Jerusalem, si bien éstos conservaron la Ciudadela de Sión. En el año de 1041, antes de Jesucristo, se apoderó David de Jerusalem, estableció su morada en la fortaleza de Sión, y el monte Sión tomó entonces el nombre de Ciudad de David. En Jerusalem llegaron á su apogeo la agricultura, la industria, el comercio, las artes y el lujo en tiempo de Salomón; pero muerto este rey decayeron rápidamente, y cuando quedó reducido á dos tribus por haber arrastrado en pos de sí las restantes, Jeroboan separado de Roboan, gimió la ciudad durante tres siglos, víctima de las invasiones de los ejipcios, de los filisteos y de otros muchos pueblos. En el año 606 la tomó Nabucodonosor, quitó del trono á Joachín y puso en él á Sedecías, de la dinastía de David; mas las revueltas habidas entre estos reyes llamaron la atención del mismo Nabucodonosor, quien en 599 envió de nuevo su ejército contra dicha ciudad, destruyó el templo y se llevó al pueblo judío cautivo á Babilonia. El templo de Salomón fué destruido 470 años, seis meses y diez días después de su fundación.

…………………………………………………

Penetremos ya en la Basícila del Santísimo Sepulero, en esa gigantesca mole de piedra labrada, en ese templo sombrío, el primero del mundo en extensión material y en importancia histórica y religiosa. Si la puerta está abierta, lo que por obligación sucede los sábados, se entra en él de balde y con libertad, pero si la puerta astá cerrada se pasa aviso al portero turco, quien en el acto de abrir recibe el batchix. Esto sucede porque el sultán es el señor del templo, y quiere ejercer en él siempre su jurisdicción. El batchix que se les daba, según antiguos viajero, tenía que ser de 200 reales; hoy no pasa de dos francos ó dis pesetas, y es muy general en contrarlo abierto todos los días.

Como dentro de este inmenso templo hay conventos latinos, griegos, armenios y captos, los frailes que los ocupan, que son verdaderos custodios del Santísimo Sepulcro, no pueden salir del templo sino cuando los musulmanes abren la puerta; así es que de sus respectivos ritos les llevan todos los días la comida que colocada en cestas, les entregaban por un pequeño ventanillo que se abre en la parte inferior de la puerta. Los pobres frailes que habitan en las celdas de la gran Basílica del Santísimo Sepulcro disfrutan muy corta vida, porque sus moradas carecen de toda condición de salubridad; aquellos religiosos son verdaderos mártires de la religión de Cristo. El templo es de dimenciones colosales, de forma irregular, de muros gruesos, elevados y desprovistos de toda ornamentación arquitectónica; su estilo es románico, con reminiscencias del bizantino y aun del árabe. y se respira bajo sus altas naves una unción tal, un sentimiento tan hondo de religión, que el espíritu se anonada allí, porque el sentimiento se hace allí más grande que el mismo espíritu que lo experimenta. Dentro de este templo se encuentras los tres principales lagares de la Pasión de Cristo, que son: el Santísimo Sepulcro, el Calvario y la cisterna donde apareció la Santa. Estos tres privilegiados lugares forman lasa tres principalas capillas del templo; pero además, se ofrecen asímismo dentro de su recinto, á la contemplación del peregrino, otros varios sitios, llamados hoy igualmente Capillas, y que un día fueron también testigos de los cuadros de la epopeya divina, tales son: el lugar donde la Virgen y San Juan estuvieron al pié de la Cruz; el lugar donde estaba la Virgen cuando le entregaron á su Hijo bajado de la Cruz; el lugar donde estuvieron las Santas mujeres; la piedra de la unción; el lugar donde Jesús se apareció á la Magdalena; la columua de los azotes; el lugar donde Longinos se convirtió; el lugar donde los soldados echaron suertes sobre los vestidos de Cristo; la columna de los oprobios, ó sea en la que le sentaron para coronarle de espinas; el lugar donde permaneció durante muchos siglos, y tal vez permanezca aún, la calavera de Adán, los sepulcros de José de Arimatea y su familia; el sepulcro de Melquisedec; los sepulcros de los reyes latinos; los sepulcros de Godofredo, de Bullón, de Balduino y Fulques.

……………………………………….

Todas las noches del año, á las diez y media, comienzan los franciscanos los maitines en su coro; al principiar laudes van procesionalmente á incensar el sepulcro de Cristo, cantando el Benedictus; cuando concluyen los maitines que son las once y media, empiezan griegos á celebrar Misa cantada en el mismo Santo Sepulcro; la Misa de los griegos, en la que éstos dan fuertes gritos guturales, dura tres horas; cuando la concluyen, que son próximamente las dos y media de la mañana, comienzan los armenios la suya, cantada en el Santísimo Sepulcro, que no es más corta que la de los griegos, y en la que todos, menos el celebrante están sentados en el suelo. Cuando los armenios terminan, que son las cinco, dan principio los padres franciscanos á dos Misas rezadas y una cantada, las tres consecutivas. Por manera que todas las noches del año, mientras el mundo gira en Occidente perdiéndola en locos devaneos, allí……en aquel rincón de Oriente, en la gruta donde se alza el Santísimo Sepulcro de Cristo, dan las luces su claridad; dan las flores sus perfumes; dan los inciensos su aroma, y los cánticos de venerables sacerdotes de todos los países del mundo se elevan fervosos á la mansión de Dios.

Tomo I Monterrey

Febrero 15 de 1888. Número 10.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

María o la virgen del cántaro

(NOTABLE TRADICION.)

I. Gil Marconell

(Continua.)

Con gran sorpresa de los ocultos y á riesgo de haber sido descubiertos por el loco en la involuntaria esclamación que los tres hicieron, se presentó á sus ojos la estátua misteriosa que no habían visto hasta entonces. Aquella obra era un prodijio de gracia, de sentimiento y de poesía……

            Representaba la estátua una niña joven semejante en un todo á la bella María. El artista había copiado sus primorosas facciones; sus largas trenzas, sus lindas manos, sus diminutos pies, su gracioso talle, había trazado todos los minuciosos pormenores de su gracioso traje, y sobre su cabeza habia colocado el cántaro que llevaba la tarde de su primera entrevista.

            El conde y María estaban como petridicados en su escondite, y fué menester que el médico los sacara de su estupor para que, aprovechando un momento en que el loco parecía más entretenido, salieran de allí sin ser notados por él.

            Señor conde, dijo el médico, la escena de que hemos sido testigos, me ha sugerido un medio de salvación para vuestro hijo; espero confiadamente que nos ha de producir mejor resultado que todos cuantos hemos empleado hasta hoy: Venid, venid, y tú también, Maria, pues sólo de tí depende el buen éxito de mi plan.

            Al día siguiente penetró sola María en el taller de Manuel, ocultó la estátua, en un rincón y colocándose ella sobre el pedestal, procuró reproducir la actitud, el gesto, las miradas y todas las apariencias de aquélla.

            Muy luego entró Manuel y aproximándose á la que creía su obra, para animarla con el soplo de su amor, cogió un cincel para corregir un defecto, una mancha que á su parecer había en la estátua, y que no era otra cosa sino un lunar que María tenía en su niveo pecho; levantó la mano para herir con la herramienta el transpatente cutis de María; hirió, y una mancha de sangre apareció inmediatamente á los ojos del artista.

            ¡Oh!……¡Que dicha exclamó Manuel arrojando la herramienta;! tiene ya vida!……¡está ya concluida¡……

            La estátua decendió de pedestal, y fijos los ejos en Manuel, le miraba y sonreía.

―!Dios mío….. ¡Dios mío! murmuró temblando Manuel.

La estátua le llamó por su nombre y le tendió una de sus manos, y no pudiendo Manuel resistir la fuerza de tanta emoción, cayó sobre el suelo bañado en sudor.

Su padre y el médico se presipitaron entonces en el taller; levantaron á Manuel y le colocaron cuidadosamente en la cama.

Hubo un momento en que se creyó que Manuel había dejado de existir; pero aquel mismo día, pasaba la crisis, reconoció á su padre y á María,, estrechándolos repetidas veces sobre su corazón.

María murió algunos años después, y Manuel se encerró en el monasterio de Yuste á llorar la pérdida de su esposa.

 Colocada la estátua en una capilla del convento, bajo la advacación de la virgen del cántaro, fué objeto, por espacio de muchos años, del culto y veneración de aquella comarca; y en la lucha que nuestro país sostuvo para conservar su independencia, despareció, como otras muchas preciosidades artísticas, de que sólo nos han quedado gloriosos recuerdos.

Tomo I Monterrey

Febrero 15 de 1888. Número 10.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Confidencia

Ercilia García

“¿Para que negarlo? Soy superticiosa; siempre que oigo el lúgubre graznido de la agorera lechuza, un frío mortal circula por mis venas, porque me recuerda la muerte de mis bellas ilusiones, cuando estaban próximas á realizarse; esa ave funesta fué el emisario de la desdicha que debió hundir mi existencia en amargo duelo, haciendome vagar por el mundo como cuerpo sin alma.”

            Esto decía una joven, hermosa como la alborada del naciente día, á otra no menos bella que entristecida la escuchaba.

            “Quizá no puedes tu comprenderme querida Anita, prosigió; porque hasta ahora no he tenido valor para confiarte mis penas; porque tu corazón aun no ha palpitado al impulso del amor; pero al menos te explicaré, contandote mi historia, la causa de la profunda tristeza que notas en mí. Como ya sabes, mi venida al mundo costó la vida á la que me dió el ser; dicen que mi padre, pobre y agobiado bajo el peso del dolor por tan infausto suceso, se afanaba por rodear de comodidades á su pobre huérfana, que con tan triste augorio habia venido al mundo. Mi padre tenía una hermana que acababa de perder á su esposo, y vino á hacerle compañía, llorando juntos su infortunio. Dios le había concedido un hijo, único fruto de aquel matrimonio……..Es imposible contarte fielmente mi pasado: cuando hácia él dirijo la mirada, instintivamente se embarga mi alma por la más cruel desesperación.

            “Mis primeros años se deslizaron tranquilamente; me sentía felíz halagada con las tiernas caricias de mi padre que, á fuerza de cariño y de cuidados, quería hacerme olvidar la falta de la madre querida, de mi madre que era el tipo perfecto de la mujer cristiana, religiosa, amante y abnegada; pero Dios, ese mis,terio inpenetrable que rije al Universo enterome vedó gozar del cariño maternal; no obstante, yo era feliz, porque en la adolescencia, en esa bendita edad que en todo sonríe, se aspira siempre á tener con quién departir nuestros infantiles juegos; y Gerardo, el hijo de mi tía, me profesaba un cariño acendrado, poco común entre los niños. Llegué á los diez y siete años, á esa edad de las ilusiones, como los poetas dicen, en que el mundo se nos presenta bajo un prisma seductor, y más cuando se lleva en el corazón, el germen de una pasión, porque yo amaba, sí, amaba con la intensidad del primer amor, amaba, como el corazón humano no puede hacerlo más que una vez en la vida, en fin, abrigaba una de esas pasiones basalladoras que deciden de nuestra suerte y que, á no ser porque nuestra alma se alimenta con la filosofía de la religión cristiana, facilmente se descendería hasta el crimen, hasta el suicidio. No puedo decirte si Gerardo me quería igualmente ó nó, porque habia en su carácter un defecto muy marcado que me hacía sufrir horriblemente; había en él mucha volubilidad.

            “Un día ¡Dios mio! nunca podré olvidarlo, noté en los negros y expresivos ojos de Gerardo, una expresión extraña, fascinadora; y cojiendome una mano me dijo con insegura voz: “¿Verdad que mis ojos son fieles intérpretes del alma? verdad que comprendes la lucha horrible que mi corazón mantiene? Te amo María y no quisiera amarte” Era la primera vez que me hablaba así y temblando le supliqué se esplicara. “María, no podré hacerte feliz, el fuego y la nieve no pueden juntarse; en tu corazón arde la llama divina del amor, y en el mio sólo hay cenizas; no sé que clase de amor te profeso, tu necesitas quién pueda amarte como tu eres capaz de hacerlo, y yo, nada, frialdad esperando tan solo que del huelo brote una chispa de fuego; esperanza vana.”

            “Aterrada oía aquel torrente de palabras, y más cuando me dijo: “Olvida todo lo que te he dicho.”

            “Tu debes comprender, querida Anita, lo que debí sufrir, mi alma desfallecía al peso del dolor que la oprimía. ¿Porqué Gerardo tuvo valor para decirme que no me amaba?…….

            En negro manto se envolvió el día; todo, ante mi vista, tomaba formas gigantescas, abrasadoras y reveldes lágrimas resbalaban por mis calenturientas mejillas, y en tristisimo insomnio pasé esa noche fatal…….. Los primeros albores de la mañana disiparon el horrible delirio que sufría mi abrumada mente, declarándose una fiebre intensa que me iba consumiendo lentamente; el doctor pronosticó mi muerte, la ciencia médica se declaraba impotente para salvarme…..sólo un milagro de quien todo lo puede me volvería á la vida; el milagro de quien todo lo puede me volvería á la vida; el milagro se verificó………la vida vino, y figurate cual sería la esposa de Gerardo. Entre el gozo y el sufrimiento pasaba los días; él se mostraba amante y tierno unas veces, y otras reservado ó indiferente.

…………..

            “Era una noche tranquila y hermosa del inconparable Octubre; la luna triste y melancólica se destacaba en el cielo derramando sus pálidos y poéticos rayos; yo contemplaba extrasiada la magestad y hermosura con que se revisten todos los objetos á la opaca claridad de la reina de la noche; Gerardo me describió los mil encantos, la felicidad sin límites que juntos gozariamos, “Mañana se verán por fin realizados nuestros ensueños, sin que haya, querida María, poder humano que nos separe.” Esto dijo entusiasmado, cuando distinguí en un árbol un bulto negro, se movía, luego lanzando un horrible graznido aleteó sobre nuestras cabezas; era ese animal de que te hablé…..no sé por que me estremecí………jamás había sido supersticiosa pero hubo la coincidencia de la cruel desdicha que mató para siempre mi felicidad…..

            “La iglesia estaba convenientemente arreglada, el sacerdote con sus sagradas vestiduras nos recordaba la sublime misión que teníamos que cumplir; Gerardo dió el “sí,” con entusiasmo yo, ahogada la voz por la emoción apenas pude articularlo; de pronto lo ví palidecer y exhalando un ¡ay! desgarrador cayó al suelo sin sentido………¡Dios mio! una mortal aneurisma le arrebataba violentamente la existencia…..

            “Tres meses estuve yo entre la vida y la muerte; pero estaba decretado que había de vivir sufriendo. Esto es Anita, la terrible historia de mi vida y ahora, déjame llorar libremente.”

Tomo I Monterrey

Enero 15 1888. Número 9.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Maria o la Virgen del Cantaro

(NOTABLE TRADICIÓN)

Por L. Gil Marconell

(Continua.)

Tanto lloraron los jóvenes, y tantas y repetidas fueron las protestas que María por su virtud y Manuel por su caballerosidad hicieron al pastor, que éste hubo de calmarse, y desposeído del furor que se apoderó de él al sospechar la vergüenza de su hija, los atrajó hacia sí, y estrechándolos entre sus brazos;

―Hijos míos, les dijo, si vuestra unión ha de ser grata á los ojos del Señor, es menester que el padre de Manuel os otorgue su consentimiento, como yo os concedo el mio: id pues al castillo, y al presentaron ante el conde, no os ovideis del respeto que se debe á vuestros padres: no le oculteis el menor detalle de vuestro amor, no lo dudeis, su paternal bendición santificará vuestro cariño.

Alentados los jóvenes con la esperanza que las palabras del sencillo pastor les hiciera concebir, volvieron al castillo, y el conde se negó terminantemente á recibirlos. Manuel hizo heroicos esfuerzos para disuadir á los criados, que en cumplimiento de la orden de su señor, le estorbaban la entrada con María en las habitaciones de su padre; pero todos sus esfuerzos fueron vanos ante el impasible servilismo de los lacayos. Vanas también fueron las súplicas de María: los criados respondían á sus ruegos con insultos groseros y repugnantes, y avergonzada de este modo determinó abandonar el castillo y buscar en el hogar paterno el consuelo de que tanto necesitaba en su angustiada situación.

Al verla Manuel partir, empezó á gritar como un desesperado; sus palabras eran inconexas, sus ademanes propios de un hombre sin conocimiento, y todos sus actos, en fin, revelaban el extravío de su razón…… estaba en efecto loco.

En su demencia horrible empezó á correr á la ventura por todo el castillo, y penetró en las habitaciones de su padre. Sorprendióse éste de ver á su hijo en tan lamentable estado de perturbación mental y temiendo que su vida peligrara si no acudía con prontos y eficaces socorros, hizo venir inmediatamente á un médico, el cual, después de haber sangrado sin resultado favorable al pobre Manuel, declaró que había perdido por completo la luz de la razón.

Efectivamente, Manuel no recordaba ya nada ni de las personas ni de lus cosas. En vano su padre, con la más tierna solicitud y cariñosas palabras. Procuraba que su hijo recobrara el conocimiento. Triste y taciturno, parecía que no sólo la razón le había abandonado, sino que los sentidos corporales le faltaban también.

Un año pasó sin que el joven manifestara el más leve recuerdo de sus amores, ni el más insignificante indicio de haber vuelto á la razón. Al cabo de este tiempo se acordó de sus trabajos artísticos y una nueva pasión parecía que le arrastraba á la pintura y estatuaria. El pobre insensato pasaba los días enteros encerrado en su taller, y trabajaba sin objeto, sin idea, sin esperanza.

El aislamiento y la aplicación incesante del joven llamaron la atención de su padre, del médico y de María, quien, cediendo á las súplicas del conde, que tanto la había despreciado otras veces, consintió en vivir en el castillo y ser la compañera inseparable de Manuel, para ver si conseguía con sus delicadas atenciones y asistencia mejorar la situación del infeliz demente.

Resolvieron pues, sorprenderlo en sus tareas, y penetrando en el taller una mañana antes que Manuel se dedicara á sus trabajos, se ocultaron detrás de unos viejos tapices. No tardó mucho en aparecer el joven y sentarse cerca de una estátua, que poco á poco desnudaba de un lienzo que la cubría: la contempló primeramente con entusiasmo, y después exclamó:

―Yo haré que la sangre circule por tus venas…. yo haré que el calor de mi aliento te vivifique…. y entonces nadie será bastante para separarme de ti……..

(Continuará.

Tomo I Monterrey

Diciembre 1 1887. Número 6.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Irene o la roca del suspiro

(tradición vascongada)

Rosario Acuña de Laiglesia

(concluye)

Llegó la media noche; la luna revestida de pardos nubarrones que revelaban el incierto rielar de los astros y cubrían el mar de medrosas sombras; la roca de la playa es un peño enorme rodeado de talud en donde se asentaba el castillo; por uno de los lados, socavada, forma una especie de gruta revestida de aristas, desde donde se contempla, sin límite cierto, la intensidad del océano; separada de la costa, esta roca, rodeada de fina arena, es cubierta por las altas mareas de la luna nueva que como es sabido, ascienden más que ninguna otra.

Bajó Irene a aquel sitio a la hora convenida con su amante, el cual acudía a las citas en una barca que varaba en la solitaria playa, y que les servía de seña para terminar sus entrevistas, pues cuando la barca gotaba a impulsos las olas, era que la marea comenzaba a subir y que la roca hacía peligroso sitio.

La una acababa de oírse en el reloj de la ciudad y la castellana, entanda en una arista del escollo, envuelta en un blanco velo, que el aire del mar pegaba y despegaba en torno de su frente, interrogaba con ávida mirada las móviles ondas que en revueltos torbellinos de espuma, venían a morir, con rumores impetuosos, en las blancas arenas de la playa.

El mar estaba levantado; la brisa del norte, fría y penetrante, trayendo agujas de hielo en sus corrientes, azotaba con violencia los labios de Irene, que con nervioso impulso se abrían jadeantes ante el halito abrazador de los deseos y las esperanzas de la incertidumbre y de la pasión; sus ojos, flojos y abiertos, en vano interrogaban el mar con la impaciencia del amor, y sus manos unidas y mojadas por el polvo de las espumas y los besos del cierzo, en vano estrujaban los pliegues de su blanco ropaje; la barca esperada no brotaba de entre las sombras; La voz querida no vibraba para desmentir el rumor de aquella boda; los amados ojos no aparecían para disparar con su luz aquel abismo de dudas, de donde la amargura del desengaño vertía a raudales los arces perfumes de la muerte.

Pasaron horas; la noche encapotada, se volvió tormentosa y el grueso oleaje del mar subía con el ímpetu de la marea a romper sus montes de agua sobre las rocas de la costa. Irene, inmóvil veía ascender hasta las mismas plantas las revueltas olas, como se ven en el mundo las pasiones, invadiendo con su tumultuoso olaje la paz de un alma limpia de error: ella amaba y esperaba; el mar subía insensible a su amor y a su esperanza, pronto a cubrir de alborotada espuma aquella roca inmoble, asentada sobre un lecho de movediza arena.

El mar subía, el grito del búho mezclábase al mugido del océano; par las nubes vestían de sombras los cielos y la tierra, e Irene fija en su esperanza, confiada en su amor, seguía inmóvil buscando, entre la incierta luz de los relámpagos, la venturosa barca, sin hacer caso de aquellas olas de verdosos matices que presto la harían sentir el frio de la muerte; de pronto, como ráfaga de fuego, surgió de entre las nieblas en hermoso bajel que a su bordo llevaba festones de antorchas, rumores de cántinos y de músicas, ecos de fiesta y de alegría.

¡Irene vio entre las siluetas que poblaban la nave la figura del hombre a quien amaba, cuyos brazos, como argollas de flores, ceñían la esbelta cintura de una mujer hermosa; el cierzo la llevo a sus oídos cantares de himeneo, brindis de desposorio; y sus ojos, fijos y abiertos con la rigidez del dolor, vieron perderse en los horizontes del mar aquel barco que, como aparición del inferno, brotó un instante de entre las sombras de la noche, para sumir en las sombras de la amargura su pobre corazón!

El mar, indiferente, subió a mojar el mato de irene, y mientras sus ojos siempre abiertos seguían el rumbo de la funesta nave, una ola inmensa, saltando sobre el escollo, la envolvió en cascadas de espuma menos blanca que el velo de aquella infeliz, que al inclinarse en los senos del mar, dejó escapar, cómo único reproche, un suspiro tristísimo, eco profundo de su dolor sin nombre, último adiós a una vida que para siempre abandonaba.

Desde entonces dicen que, cuando las mareas de la luna nueva invaden la solitaria roca, se oye brotar del fondo de su cimiento socavado un quejido o lamento que el viento repite, y que es fácil escuchar en el silencio de la media noche; probablemente el mar, al penetrar en aquel arrecife, será el que imite el eco de un suspiro, pero lo cierto es que la leyenda o tradición subsiste a pesar de los siglos, y que aquel poema de amor y tristeza se transmite de generación en generación, gracias al lamento que se escapa de la abrupta peña conocida generalmente por la roca del suspiro .

Tomo I Monterrey

Noviembre 15 1887. Número 5.

Quincenal de literatura, social moral y de variedades

Dedicado a las familias.

Irene o la roca del suspiro

(TRADICIÓN VASCONGADA.)

Por Rosario Acuña de Laiglesia

En las montañas de Vizcaya, bajo un cielo ceniciento, y en su costa bordada de escollos y salpicada por un mar casi siempre turbulento y sombrío, sobre un promontorio de granito que avanza en áspero talud entre las olas del Océano, álzanse, en la misma roca asentadas, las ruinas de un castillo medio cubiertas de zarza y de yerba, y solamente habitadas por el espantadizo búho y el medroso murciélago; como toda ruina, tiene su tradición y leyenda y como toda leyenda, la suya sencilla, apasionada y melancólica, levantándose como indecisa niebla ante fulgor de la aurora, sobre aquellas piedras carcomidas por el paso del tiempo y el constante batir de las olas.

Cuentan que allá en lejanos días, cuando el castillo se elevaba arrogante vivía en su recinto un anciano señor de noble linaje, aunque de escasas rentas, que por su mejor fortuna tenía una nieta, bella como una mañana de primavera y de alma angelical como la sonrisa de un niño; pobres y retirados a la morada de sus mayores, vivían con algunos fieles y antiguos vasallos; tan ajenos a las vanidades mundanas como felices con su ignorada existencia.

No lejos del castillo, y , sobre la misma costa, existía una populosa, ciudad, punto de partida y puerto seguro de los aventureros del Nuevo mundo; llena de mercaderes y de nobles enriquecidos con el oro de las Américas, era un recinto albergue de todos los placeres y semillero de todos los vicios; en ella , disfrutando de cuanto la fortuna alcanza, vivía un pechero a quien por su oro acababan de dar flamante nobleza, el cual tenía un hijo, mozo de gallarda presencia y corazón valiente para riñas y cuestiones, pero de alma voluble e imaginación soñadora, y de tan frágil voluntad que jamás pudo en cosa alguna demostrar la virtud de la constancia; cómo fue, no se sabe, pero lo cierto es, que en una excursión que hizo a los alrededores, conoció a Irene la castellana, como en la comarca la nombraban y ávida su alma de la pureza, cansada el cieno en que siempre vivió, sintió abrasadora la llama del amor, consiguiendo, al fin, que la joven le diera algunas citas al pie de su morada, entre los mismos escollos de la costa.

Lo que había de suceder se realizó; el mozo amante, la doncella rendida al primer aliento del su virginal corazón, ambos se amaron, pero ninguno de los dos selló su alianza con iguales cadenas; mientras la virgen entregó los tesoros de su alma apasionada, el doncel dejó vagar su pensamiento en los espacios de un porvenir desconocido, y mientras ella dijo “después de su amor, la muerte”, él pensó “después de mi pasión, el hastío”.

Así las cosas, y en una noche de plácida velada, uno de los servidores del castillo, hablando de los sucesos próximos a realizarse en la vecina ciudad, dijo, ignorante acaso de los amores de su joven señora, o tal vez deseando curar el mal, que no desconocía, que era cosa cierta la boda del hijo de Don Diego con una judía recién convertida al cristianismo; oyóle la joven, se cambiaron las rosas de sus mejillas en blancas azucenas, temblaron sus labios con el primer latido de la fibra, y una lágrima rebelde a la voluntad, saltó abrasora por el cristal de sus ojos, quemando silenciosa el rostro de la acongojada doncella; después, ella, en lo profundo de su corazón, al amor redimido y por el amor alentado, surgió, como destello vivísimo de voraz incendio, un deseo impetuoso de ternura, una ola, de apasionada confianza que, invadiendo su alma, con los efluvios generosos de un amor infinito, hizo brotar a sus labios la palabra “¡imposible!” dejando a su imaginación adormida en los cariñosos brazos de la esperanza.

-Esta noche, como todas las de luna nueva, vendrá mi amado a la roca de la playa, y allí, con las caricias de sus ojos, con el vibrar de su enamorado acento, desmentirá esa noticia absurda de su boda, que solo pude oírla para convencerme de que era falsa.

[Continuará.]